Es fácil entender por qué las mujeres a menudo se sienten atraídas por el predicador.
Toda mujer en el planeta desearía a un hombre atento, cariñoso, bueno y amable. Un hombre que
predica el Evangelio es la personificación de todas esas cualidades. Rara vez, o nunca, lo ve en
una situación que no sea ideal. Nunca lo ve enfadarse, nunca lo ve ser impaciente, o quejarse de
lo que uno hace o deja de hacer, nunca lo ve tirar su ropa sucia en el suelo ni dejar un desorden
que limpiar. Nunca sabe si se olvida del cumpleaños de su mujer o de su aniversario, y la lista
sigue. Qué más puede pedir a esta increíble persona que le habla maravillas desde el púlpito cada
semana; es un sueño hecho realidad. Para colmo, está segura de que su mujer no lo aprecia tanto
como ella lo haría. Su mujer lo trata como si fuera un simple ser humano, pero ella sabe que él es
mucho más que eso. Un hombre puede volverse vulnerable cuando una mujer le muestra este
tipo de admiración. Al fin y al cabo, a veces su mujer apenas le da los buenos días cuando se
levanta de la cama. Luego está el enemigo de Dios, a quien nada le gustaría más que destruir a
cualquiera que esté derribando las fortalezas de las potestades de las tinieblas. Si el enemigo
puede derribar a uno de los generales de Dios, es muy probable que pueda derribar a muchos más
con él. Así que los hombres de Dios tienen un blanco en la espalda. Necesitamos sostenerlos en
oración y orar por la familia de estos hombres de Dios. No parece ser el mismo problema cuando
una mujer está en el ministerio, pero todo es posible.
En varias ocasiones, le pidieron a Steve que viajara a Jamaica para predicar. Disfrutaba
de la gente, la cultura y su apertura al Evangelio. En uno de estos viajes, se hospedó en la casa de
un pastor local. La mujer del pastor era enfermera y trabajaba todo el día, pero al regresar por la
tarde, preparaba un festín para su marido y para Steve. Por alguna razón, ella no se sentaba a la
mesa con ellos, sino que seguía de un lado a otro por la cocina, trabajando y sirviéndoles. El
marido parecía no darse cuenta del arduo trabajo de su mujer ni de sus excepcionales habilidades
culinarias, pero Steve le hizo saber a la mujer que sus comidas eran deliciosas, y también expresó
su agradecimiento por todo su esfuerzo. Cuando llegó el momento de que Steve se marchara, la
mujer lloró y le pidió a Steve si podía quedarse con una de sus camisetas. Si los hombres se
dieran cuanta hasta dónde puede llegar que una pequeña muestra de agradecimiento.
Me viene a la mente una situación que mencioné antes. Cuando aún era soltera y conduje
a esos nueve ex drogadictos desde la ciudad de Nueva York hasta nuestra pequeña iglesia en
McKeesport, Pensilvania, tuvimos un problema. Una joven mujer, casada y con hijos, se sentaba
en la primera fila con los ojos fijos en Luis. Después de la reunión, la mujer corría hacia él y lo
acosaba. La Hermana Bea estaba observando todo esto y me pidió que interviniera; después de
todo, yo era soltera y no tenía compromisos. Cuando terminó la reunión, me dirigí hacia Luis,
pero ella llegó antes que yo y me miró como diciendo: “Aléjate”. Por supuesto, me quedé y fui
muy amigable con Luis. Ella estaba claramente molesta, pero yo sabía que podía esperar más que
ella, porque no tenía prisa esa noche. Cuando finalmente se fue, Luis me dijo: “Roberta, sé lo
que estás haciendo, y te lo agradezco mucho. Estaba empezando a agobiarme”. Me contó que
ella le había estado escribiendo notas. Cuesta creer que una mujer que se dice ser cristiana haga
algo así, pero lo vi con mis propios ojos. Su marido probablemente no había hecho ni una
fracción de las cosas que estos ex drogadictos habían hecho. Sí, ellos fueron perdonados, pero su
marido imperfecto también podía ser perdonado.
En una ocasión, mientras hablaba en un retiro de mujeres, comenté sobre las personas que
dicen tener amor por los presos y les gustaría tener un ministerio en las cárceles. Sin embargo,
Dios les ha dado una persona a quien amar: su cónyuge, y luchan con eso. Por supuesto, es fácil
amar al prisionero porque él nunca te hizo nada. No te golpeó hasta casi matarte, no te robó, no
te violó ni mató a alguien que amabas mientras conducía borracho. Si no te lo hizo a ti, claro que
puedes amarlo. Lo más probable es que tu cónyuge no haya hecho nada de eso, y, sin embargo,
te cuesta amarlo. Después de la reunión, la esposa del pastor me comentó que la mujer sentada
en la primera fila sentía que tenía un llamado al ministerio en cárceles, pero al mismo tiempo,
estaba considerando divorciarse de su marido. En lugar de mirar con anhelo el jardín de otro, es
mucho mejor cultivar nuestro propio jardín. En la mayoría de los casos, es posible que
consigamos desarrollar un jardín tan hermoso o incluso más bonito que el que deseamos del otro
lado de la valla.