Capítulo 1
LOS CAMBIOS QUE NO ESTÁS VIENDO
El golpe que te derriba no es el más fuerte, es el que no ves venir. Recuerdo la noche histórica en que mi compatriota, el boxeador Alfredo Evangelista, subió al ring en el Capitol Center de Landover, Maryland, para enfrentar al gran Muhammad Alí el 16 de mayo de 1977. La pelea era por el título mundial de los pesos pesados. Alí había bromeado toda la semana acerca de lo fácil que sería vencer al joven retador de tan sólo 22 años. Nunca subestimes lo que no conoces. El gran campeón no vio venir a su rival. Y eso que Evangelista, uruguayo nacionalizado español, había ganado 7 veces el título europeo. Tampoco vio venir, en el sexto round, el potente gancho de izquierda de Evangelista que lo hizo trastabillar y lo mandó contra las cuerdas. Aturdido, tampoco vio venir una lluvia de golpes que pusieron al gran campeón en peligro. La multitud se puso de pie aclamando el joven pugilista que se había atrevido a desafiar así a la leyenda del boxeo mundial. Alí, a pesar de que ganó por puntos, fue el primero en expresar que jamás pensó que Evangelista le aguantaría los 15 rounds.
Nadie vio venir el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001 a las Torres Gemelas. Sin embargo, Osama Bin Laden le había declarado la guerra a los Estados Unidos en febrero de 1996. Cinco años después lo hizo. Todos recuerdan la foto del líder de Al Qaeda, sentado en una cueva con un rifle apoyado en la pared. Una imagen inofensiva para los norteamericanos, pero cargada de simbolismos y códigos, ocultos para los occidentales, pero familiares para los musulmanes. En su artículo “Por qué la CIA no detectó los ataques contra la Torres Gemelas (pese a las señales que tuvo)”, el autor Matthew Syed habla de la “ceguera de perspectiva”. La ceguera de perspectiva describe el hecho que a menudo no somos capaces de ver nuestros propios puntos ciegos. Nuestros modos de pensamiento son tan habituales que apenas notamos cómo filtran nuestra percepción de la realidad.
Nadie vio venir tampoco que el Covid-19 se transformaría en una pandemia. En pocos meses se llevó más de 15 millones de personas alrededor del mundo. El equivalente al 35% de los muertos que dejó la Segunda Guerra Mundial.
Lo mismo podría decirse de la caída del Muro de Berlín y de la Unión Soviética después de 70 años de la férrea “cortina de hierro”. O de los levantamientos de la Primavera Árabe o de la caída fulminante del dictador de Siria, Bashar al-Asad. Pero que todos estos eventos hayan ocurrido rápidamente no significa que no se estaban gestando silenciosamente durante largo tiempo.
La ceguera de perspectiva es aplicable también a la iglesia. Hay actualmente una serie de cambios ocurriendo, de los cuales muchos pastores y líderes todavía no son conscientes. Algunos de esos cambios están ocurriendo en la sociedad y en la cultura, pero otros están sucediendo dentro mismo de tu congregación. Ignorarlos no los detiene. Están ocurriendo, están ocurriendo aceleradamente y en algún momento se van a manifestar. ¿Esta manifestación posiblemente será a través de un hecho imprevisto y sorprendente y tú vas a decir “cómo pasó esto?”. Luego te harás la pregunta tal vez más inquietante: “cómo no me di cuenta?”. En ese punto comenzamos a sospechar que había un velo en nuestros ojos que nos impedía darnos cuenta y por ende, actuar a tiempo.
El problema de no estar viendo los cambios que están ocurriendo es que terminamos trabajando para una realidad que ya no existe. En otras palabras, por la práctica y el tiempo, te volviste experto en algo que ya no se necesita. Esto hace que no estés siendo efectivo en los desafíos que tienes hoy. El otro día pasé por una relojería, una tienda donde reparan relojes. No sé cuánto tiempo hace que funcione, pero me dio nostalgia. Es un local pequeño en una esquina. No parece que mucha gente llega. Hoy en día si se te daña el reloj, lo más probable es que lo tires a la basura en lugar de gastar tiempo y dinero llevándolo a reparar. (Claro, esto no aplica a un Rolex; si estabas pensando en tirarlo, llámame.)
El otro problema es que muchas veces no reaccionamos hasta que todo se desmorona. Es cuando explota una crisis que recién nos damos cuenta de que algo debía haber cambiado. Lo malo es que a esta altura es posible que haya daños colaterales y cosas que quizás ya no se pueden reparar. Un ejemplo claro de esto es cuando la gente deja de asistir a tu iglesia, o la mía. Nos preguntamos, ¿qué está pasando aquí? Pero eso empezó en algún momento. La asistencia bajó, se encienden las alarmas, pero no te diste cuenta cuándo el declive comenzó. O lo que es más peligroso, ¿qué fue lo que pasó que dio inicio a ese proceso de declive?
Hay un tercer problema que agrava la situación y es cuando tú no quieres aceptar esos cambios. No que no los veas, pero no estás dispuesto a modificar tus métodos y tus estrategias. La verdad es que hay muchos pastores que aman más la estrategia de lo que aman a la gente. Ellos no están dispuestos a soltar un sistema que han desarrollado por años, que los define, los identifica, pero a la vez los limita ante los desafíos de hoy. El autor Eddie Gibbs habla acerca de dejar de vivir en el pasado y “comprometerse con el presente”. Él dice que “Cuando los cambios en la sociedad se suceden a un ritmo acelerado y de manera impredecible, el deseo de apelar por un atrincheramiento proteccionista se vuelve aún más fuerte.”
Con frecuencia me encuentro con pastores que se resisten a aceptar la necesidad de cambiar ciertas cosas. Están arraigados a la forma en que siempre han hecho las cosas, a lo que les enseñaron o a aquello a lo que están acostumbrados.