Jesús comenzó su ministerio haciendo discípulos. Sus últimas palabras fueron “Vayan y hagan discípulos.” Él formó un grupo de hombres que serían desafiados a la maravillosa tarea de discipular. El llamado y la comisión siguen vigentes, y por toda la tierra se extiende esta oportunidad que el Señor nos encomendó. Para Jesús, discipular no era una doctrina sino una vivencia y una relación cercana e intensa que revelaba el corazón del Padre Celestial para el mundo. Cada hijo de Dios tiene la posibilidad de seguir las pisadas del Maestro. El Espíritu Santo sigue reclutando hombres y mujeres que hagan una diferencia y que influenciarán a toda lengua y nación.
Lamentablemente, no es ajeno a la familia cristiana el sentimiento negativo que existe en esta hora en cuanto a poner sus vidas en las manos de otros. Este sentir ha crecido en los últimos años por la falta de integridad que se ha dado entre prominentes y destacados líderes del evangelio que han caído en pecados que los han descalificado. Ningún líder es perfecto y cualquiera puede cometer errores de aprendizaje, pero hay otras faltas que la Escritura claramente señala que inhabilitan a la persona de seguir funcionando como un guía espiritual. A pesar de todo esto, no podemos cerrar las páginas de la historia bíblica y omitir el principio del discipulado, excusándonos en los fracasos pasados. Buscar culpables para no confiar en los lideres espirituales, no es justificación delante de Dios.
Dios está formando su iglesia poderosa que enfrentará las huestes de Satanás, y esta iglesia está constituida por hombres y mujeres que son discípulos. Entre los cristianos del libro de los Hechos, había apóstoles que eran columnas vitales de la congregación. Ellos fueron discípulos similares a nosotros en debilidades y errores, pero se acercaron al modelo (el Maestro Jesús) de tal manera que revolucionaron el mundo espiritual de aquel momento.
Quisiera compartirle, a nivel personal, que los maestros que Dios permitió en mi vida espiritual no fueron intachables. Algunos de ellos no dejaron muy en alto la bandera del cristianismo. Sin embargo, esto no impidió mi avance en los caminos cristianos. Si hay un corazón sincero que anhela al Señor, sin duda alguna, el discípulo puede contar con la protección de Dios a través de su camino espiritual.
El Señor Jesús sabe cuidar de sus discípulos; Él es el verdadero Maestro, el Buen Pastor y nuestro Abogado. Además, nosotros somos hijos de Dios, y si la obra fue iniciada por nuestro Padre Celestial, estamos seguros de su final victorioso: «Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo». (Filipenses 1:6).