Capítulo 1
La Grandeza de Gadol
“Maldito el día que nací. ¡Maldito sea! Maldito ese momento cuando se dijo: «¡Es un niño!» Que Dios se olvide de ese día. Que sea sombrío, que nunca haya luz alumbrándolo. Que una horrible y perpetua niebla se apodere de él. Que siempre le sea de noche. Oscuridad eterna, sombras, terror, desdicha, soledad, sin canciones ni festejo de ningún tipo. Ojalá nunca hubiera existido ese día por cuanto no cerró las puertas del vientre donde yo estaba, dándome la entrada a la miseria.”
Este era el clamor desesperado de un hombre que lo tuvo todo y que apenas quedó con vida. Tuvo una familia grande y envidiada por todos, pero la muerte la sobrecogió cruelmente. Tuvo riquezas, pero sólo le quedó un pedazo de tela para cubrir su desnudez. Tuvo el respeto de todos, pero de la noche a la mañana su reputación se volvió leyenda y él quedó como el loco del pueblo. Comía de los mejores manjares, pero al final el polvo fue su alimento. Lo único que deseaba era la muerte, ¡rogaba por ella!, pero la muerte huía de él.
Su nombre era Gadol.
«¿Qué pasó?» Era la pregunta que atormenta su cabeza. «¿Qué hice mal? ¿Dónde me equivoqué? ¿Cuál fue mi pecado?» Eran preguntas que constantemente se hacía pero cuyas respuestas no venían. A falta de ellas, la amargura y la desesperación cobraron fuerza levantando alrededor de él murallas que se volvieron su prisión. Una prisión de un solo prisionero. Una prisión mental. Una prisión dónde él era el carcelero y el encarcelado, el torturador y el torturado, el dueño y el esclavo.
Para entender lo que le pasó a Gadol, si es que es posible entenderlo, tenemos que remontarnos a su lugar y época, muy diferentes a lo que ahora conocemos pero al mismo tiempo muy similares. La ropa que se vestía, la comida que se comía, las casas en donde se vivía, entre otras cosas exteriores eran muy diferentes a la forma en que vivimos hoy en día, pero el corazón humano era el mismo, con los mismos deseos, sueños y expectativas, las mismas desilusiones y amarguras, el mismo deseo de venganza y recompensa, el mismo amor y odio. Esas cosas no cambian con el pasar de las generaciones. Simplemente se disfrazan diferentemente.
Era una época donde la realidad y la fantasía encontraban un punto en común. Donde la magia todavía no era ciencia y lo imposible todavía no era alcanzado.
Si vivieras en esos días, sentirías la sensación de haber ya vivido lo mismo. Si eres aventurero, estarías expectante de experimentar el cazar tu propia comida, disfrutar una fogata en el campo, montar a caballo, escuchar de los intentos de los valientes, o quizás locos, por capturar al poderoso Natavel y vivir un sin número de episodios sacados de un libro de fantasía. También estaría en ti, muy en el fondo, la sensación de esto me es familiar. Es que el mismo espíritu que gobernaba en aquel entonces gobierna hoy. Es la misma mentalidad. Estamos sujetos a la misma norma, viviendo bajo la misma Ley, la cual rige nuestra conducta, nuestra forma pensar y sentir, y determina la paz en la que nos encontramos o la ausencia de ella.
Vivimos bajo esa Ley. Gadol vivía bajo esa Ley. Toda la humanidad vive bajo esa Ley. No somos conscientes de ella, pero está ahí. Nos atormenta y nos hace felices. Nos anima y desanima. Nos da libertad y nos esclaviza. Ojalá fuese que esa Ley produjera en nosotros más cosas buenas que cosas malas. Pero no es así. Ojalá fuese que aunque sea lo positivo equiparase a lo negativo. Pero tampoco es así. La verdad es que esa Ley ha traído más destrucción que bendición, más lágrimas que sonrisas, más muerte que vida.
Entonces, ¿quién era Gadol? Gadol no era cualquier persona. Era la persona más grande entre los orientales, la más influyente e importante. Aquella a la que más personas hacían referencia. ¡Gadol era único! Si lo comparamos con otras personas, podríamos decir que simplemente Gadol era perfecto. Oh, sí, no había nadie como él.
Se decía que Gadol era cuidado por Dios mismo ya que no le temía a nada ni a nadie. No era un busca problemas, pero problemas no le faltaban; quizás porque cuando uno quiere ser bueno, los malos se levantan. No importaba dónde veía la necesidad, Gadol estaba ahí para ayudar. Fuera hombre o mujer, rico o pobre, si Gadol podía ayudar, ayudaba.
Confiado, seguro, valiente, como si supiera lo que iba a suceder, Gadol enfrentaba al fuerte para defender al débil, al corrupto para defender al inocente, inclusive al lobo para defender al cordero. Se hizo así de muchos enemigos, pero de más amigos y admiradores.
Gadol era un referente de sabiduría. ¡Quién te crees que eres! ¿Gadol?, se le decía al sabiondo. ¿Quién creen que soy? ¿Gadol? decía el que se le apabullaba con preguntas. Respuestas llenas de sabiduría no le faltaban. El sentido común, la prudencia y la sensatez eran la sazón de sus palabras. La paz y la justicia, su meta.
La grandeza de Gadol trascendía las fronteras. En tierras lejanas ya era leyenda. Todo el pueblo decía lo mismo: ¡Gadol es grande! Sus hijos decían lo mismo: ¡Mi padre es grande! Su esposa decía lo mismo: ¡Mi esposo es grande! Y no se equivocaban, Gadol era grande. Y él lo sabía. Ahí comenzó su caída.