Ángeles en el Camino

¿A quién le ladraban los perros tan frenéticamente listos a atacar? ¿Era un fantasma o una persona que intentaba forzar su camino en nuestra propiedad?

Era como la medianoche de una noche muy oscura. El comportamiento extraño de la perra de mi hermana, llamada Princess, nos despertó. Princess se tiraba con tanta fuerza que temíamos que iba a romper la cadena a la cual estaba atada o a hacerse daño. De igual manera, el perro del vecino se abalanzaba hacia la misma dirección como si atacase ferozmente a algo escondido en la maleza que hacía de límite entre nuestro patio y una cabaña vieja de madera que quedaba detrás. Ambos perros se abalanzaban y luego retrocedían con miedo. Anita y yo mirábamos a través de la puerta de vidrio que daba al patio pero no veíamos nada. Los perros continuaban en su frenesí. Mi hermana quería salir a calmar a Princess pero yo se lo impedí. De inmediato, empecé a orar y reprender.

Mientras clamaba al Señor para que echase fuera cualquier cosa o persona que estaba intentando entrar en la casa, un escalofrío en mi espalda, un hormigueo en mis brazos y un entumecimiento en mi boca me hizo darme cuenta que yo (y no Anita) estaba bajo un ataque espiritual.

Podía sentir que alguien se estaba escondiendo en la maleza. Al instante, el Espíritu Santo me reveló quién era. Era un hombre a quien yo había rehusado bautizar. El tal había salido de la iglesia en un arrebato dirigiendo todo su enojo hacia mí y no hacia el pecado que le había impedido bautizarse. Como pastora, me mantuve firme en mi posición, afirmando que el bautismo es algo santo y que él no estaba aún preparado para ello. ¿Qué hacía él ahí ahora en la maleza y cuál eran sus intenciones? Lo que fuera, el Señor se encargaría de ello.

Los perros al final se tranquilizaron y mi hermana y yo nos fuimos a dormir. A la hora, los perros empezaron de nuevo a ladrar y ambas fuimos de nuevo a la puerta del patio. Los perros estaban más agresivos ahora que antes. Sin hormigueo o escalofríos esta vez y orando y reprendiendo vi literalmente que ángeles con espadas de fuego estaban parados sobre el límite de mi propiedad. Aunque Anita no los podía ver, yo vi ángeles puestos uno junto al otro cual muro quienes movían sus espadas y bloqueaban cualquier cosa que estaba intentando entrar en nuestro patio. Debió haber sido un instante, unos pocos segundos quizás, pero aquello que había querido entrar fue definitivamente rechazado y expulsado. Los perros retrocedieron con un quejido y todo se normalizó. Ya no tenía más miedo sino una gigantesca sensación de paz y seguridad la cual vino a mí. Así nos fuimos de regreso a la cama.