Confesiones de un Ministro
“Todos me abandonaron; que no se lo tomen en cuenta”. Apóstol Pablo (2 Timoteo 4:16)
No fue nada fácil. Mi familia y yo visitamos un total de 7 iglesias en un periodo de 40 días. Aprendí mucho de los demás, pero lo que más me sorprendió fue lo que aprendí de mi mismo. Me di cuenta que soy una persona carnal y con poca espiritualidad. Mi verdadera personalidad salió a flote. Es muy difícil aceptarlo, pero debo confesar, no estoy cerca de ser lo que Cristo quiere que sea. Durante mi sabático y visitación a diferentes congregaciones fui confrontado conmigo mismo y tengo algunas confesiones que hacer:
Debo confesar que gran parte del tiempo me comporté como el marido inconverso de mujer creyente. Mientras todos adoraban de pie, yo estaba sentado tomando notas. Cuando todos inclinaban sus rostros y cerraban sus ojos para orar, yo me quedaba con los ojos abiertos. Cuando el plato de la ofrenda pasaba, yo solo lo miraba con desdén y era el primero en ponerme de pie cuando el predicador anunciaba que había concluido el servicio.
Debo confesar que mantuve la filosofía equivocada. Durante mi sabático defendí la posición: “Yo no hago la diferencia.” Es decir, yo no haría la diferencia en la iglesia que visitara ese día. Sería un visitante mas, uno entre la multitud. Esto libera de muchas responsabilidades. No me sentiría mal si llegaba tarde. Tampoco enfrentaría sentimientos de culpa por no ayudar con la construcción o remodelación de ningún templo. Mantuve una actitud indiferente y, lo peor de todo, es que comencé a acostumbrarme.
Debo confesar que mi actitud era reprobable. Me sentía contento cuando llegaba a iglesias con limitaciones, porque las comparaba con la congregación donde yo ministro y sentía que “nosotros” sí estábamos haciendo las cosas bien. Por otro lado, el demonio de la envidia y su letal hermano, “celos,” me acechaban cuando llegaba a iglesias con recursos abundantes. Al ver su prosperidad, me sentía menos. Caí bajo en mi pecado. Incluso, llegue a adjudicar la prosperidad de estas iglesias a “falsas enseñanzas” y “lavado de cerebro”, en lugar de la poderosa influencia del Espíritu Santo.
Debo confesar que no tuve un encuentro cercano con Dios. Al estar expuesto a tantas iglesias, lo natural, lo lógico y lo esperado, sería que experimentara a Dios en cada una de las reuniones. No fue así. Con excepción de una iglesia (Eclessia,) cada asamblea resultaba tediosa, superficial y vacía. Mis momentos de mayor conexión fueron durante mis devocionales personales, en la soledad de mi estudio. La fraseología, repetición y clichés que las iglesias empleamos, me resultaban distractores que alejaban de mi, la concentración en la Divinidad.
Debo confesar mi enojo. Mi molestia fue notable cuando me di cuenta que gran parte de las personas que adornan las filas de las “mega- iglesias” son el resultado del tráfico de ovejas. Que no les interesa servir a Cristo, sino ser parte de un ministerio con renombre. Presumir que son miembros de la iglesia tal o cual, o que son ovejas del pastor “fulano de tal”.
Debo confesar que experimenté placer al leer la Biblia. No tuve que preparar un sermón, tampoco una lección. Leí la Palabra por voluntad propia y con sed como “la del ciervo.” ¡Qué placer es buscar a Dios y tener la dicha de encontrarle! No había una fecha límite, tampoco un tema específico. Leí la Palabra solo por el placer de leerla. El riesgo de leer la Biblia por obligación es uno al que los ministros nos enfrentamos con frecuencia. Puedo decir que Jehová- Rafa me curó de mi mal. Ahora le busco no para cumplir, sino por necesidad y placer.
Debo confesar que ahora comprendo con mayor facilidad a la hermandad. Para el ministro es fácil discernir una verdad bíblica después de leer comentarios, hojear diccionarios bíblicos y tener un conocimiento general de las costumbres e idiomas de la Biblia. Sin embargo, para un miembro “regular”, comprender las profundas verdades bíblicas, sin estas herramientas, puede resultar un lento proceso. Ahora entiendo que los ministros estamos en una posición de ventaja y que aquellos que no tienen la oportunidad y acceso que nosotros tenemos, merecen nuestro apoyo y comprensión.