¿Estas buscando el Reino de Dios y su Justicia? Este libro es para ti.
En el mundo han existido muchos reinos. En la historia de la humanidad los reinos humanos han sido levantados y derribados, han sido grandes y pequeños, han sido largos o breves, prósperos y pobres, pacíficos y violentos, etc.
El Reino de los Cielos es un reino mayor a todos los reinos humanos, es un reino eterno que siempre ha existido y que jamás será derribado.
En el Reino de los Cielos el Rey de Reyes es Jesucristo y nosotros somos reyes con autoridad delegada. Este reino no es un lugar físico sino que es el sistema de gobierno de un reino de poder.
El Rey de Reyes, Jesucristo, se encarga de llamar por nombre a cada persona. Dios insiste a lo largo de nuestra vida buscando enamorarnos y atraernos a Él con cuerdas de amor. Una vez que la persona acepta el llamado de Dios para pertenecerle Él mismo Rey de Reyes (Jesucristo) da una bienvenida personal dando un especial cuidado a cada recién llegado. Instantáneamente el nombre de cada persona queda registrado para siempre en todo el Reino de los Cielos con una fiesta especial el día que se convierte. Todos los ángeles y todo ser espiritual se dan por enterados que el espíritu de esta persona desde ahora y para siempre pertenece al Padre Celestial. Automáticamente el Espíritu de Dios habita dentro del corazón de la persona y Dios da la orden a una guardia especial de ángeles (además de su ángel guardián quien está desde el nacimiento) para que cuiden al nuevo integrante por donde quiera que vaya.
Dios es un Rey que nunca va a intentar manipularte, ni controlarte, ni cambiar tu esencia o tus gustos, pues su aceptación va más allá de los límites humanos. Jesus vino a establecer al Reino de los Cielos en la tierra así como en el cielo. En la tierra Dios reina a través de sus palabras.
Cada palabra de Dios es un juicio verdadero, un veredicto irrevocable, una expresión inapelable de justicia divina, un decreto lleno de verdad que nada ni nadie puede invalidar jamás.
Cada palabra de Dios es un juicio a nuestro favor.
“Levántate, oh Jehová, en tu ira; Álzate en contra de la furia de mis angustiadores, Y despierta en favor mío el juicio que mandaste” Salmos 7:6.
El día que Jesucristo murió hubo un juicio. Este juicio fue declarado a favor de todo aquel que cree en Jesucristo. Dios desea favorecer al humano siempre, y aborrece la maldad en todo momento. Jesucristo es el medio por el cual alcanzamos Su favor. Toda angustia que nos ataque está vencida, pues Dios ha declarado justos juicios a nuestro favor para librarnos de toda angustiador que busque atrapar nuestra alma. ¿A quién temeremos? Si Dios a nuestro favor, ¿Quién contra nosotros?
Cada palabra de Dios es un juicio en contra de la maldad.
Cada palabra de Dios restituye los derechos y la justicia del ser humano.
Cada palabra de Dios es un juicio justo y de cada juicio de Dios, sus hijos esperamos justicia verdadera.
El juicio y la justicia son el lugar donde se asienta el trono de Dios (Salmos 97:2),
Nuestro Dios ama la justicia y juzga la maldad.
La justicia divina es el trato justo que se le da a todo ser humano en el cielo. En el cielo, a toda persona se le da un trato amoroso. Ahí los niños están a salvo en los brazos del Padre, no hay hambre, no hay muerte ni enfermedad, no hay violencia ni esclavitud. Nadie es pobre, nadie está solo ni triste. Todos son amados, y viven en armonía disfrutando la prosperidad del Padre Celestial. Nunca hay carencia de recursos. Esta es la voluntad perfecta de Dios. Esta es la justicia divina.
La justicia humana nunca va a poder pagar al agraviado todo su dolor. Es imposible que la justicia humana pueda pagar el dolor de la pérdida de un ser querido, el dolor de una infancia en sufrimiento, el dolor de un abuso, el dolor de la pobreza, el dolor del maltrato, el dolor del fracaso.
La justicia humana no tiene la capacidad de hacer pagar a un malhechor por el mal que ha hecho. No puede hacer que un mal gobierno compense todo el dolor y pobreza que ha causado. No tiene la posibilidad de hacer que un violento devuelva la vida, la salud o la alegría a quien ha dañado.
La justicia humana tiene un límite, puede ser engañada, sobornada, puede juzgar por lo que escucha decir a los demás o por lo que ve, pero realmente no conoce las intenciones del corazón.
La justicia divina satisface completamente a quien tiene hambre de justicia. Algo que la justicia en los tribunales humanos jamás podrá lograr.
La justicia restaurativa de Dios sana al agraviado y al criminal al mismo tiempo: Al agraviado le restituye todo dolor, sana su corazón, sana a toda su familia, le devuelve lo robado y le restituye lo perdido. Le da una nueva oportunidad de ser feliz, y de aumentar en prosperidad y alegría.
Al criminal le lleva al arrepentimiento, sana sus heridas, cambia su manera de pensar, desarraiga de su corazón toda maldad y lo traslada a un lugar de bien. Entonces el criminal se convierte en una persona útil a la sociedad y al pueblo de Dios, y vuelve a amar a los demás.
La justicia restaurativa de Dios reivindica a todo ser humano, enriquece a todos sin empobrecer a nadie, reparte y multiplica sanidad, no tiene temor, sólo amor, y da un nuevo comienzo a todas las partes involucradas en cualquier conflicto o tragedia.
En el tribunal de justicia celestial no existe la corrupción ni la mentira, no hay lugar para el soborno, Todo lo oculto es manifiesto y el Juez conoce las intenciones de los corazones.
La muerte en cruz de Jesucristo nos obsequió derechos legales celestiales para que vivamos felices y veamos la bondad de Dios en esta tierra.
Ahora sí con el cielo a nuestro favor podemos librar la buena batalla de la fe, y olvidar la batalla del temor.
Batalla del miedo contra la batalla de la Fe:
Cualquiera que sea tu problema, sin importar el nombre de tu enemigo (maldad, demonio, pobreza, tristeza, pleitos, enfermedad, muerte), Dios siempre te invita a librar la batalla de la fe y desechar la batalla del temor.
En la batalla del miedo, la actitud de una persona es estar a la defensiva.
No busca conquistar nuevas áreas, no busca ganar nada, lo único que busca es no perder, no sufrir, que nadie le robe sus cosas, que nadie hable de ella, ni mal ni bien.
No quiere decidir, sin darse cuenta que el no decidir es una decisión.
Esto trae tristeza, vacío, falta de propósito, y sensación de no tener un llamado. La autoestima se cae al suelo y uno se siente incapaz de lograr cosas grandes, pues esto nos hace pensar que solo merecemos lo menos.
En la batalla del miedo, no es bueno soñar porque esto sólo trae sensación de angustia, de infelicidad, sensación de que todos son mejores porque cumplen sus sueños excepto tú. Esto es lo que tus enemigos quieren.
La actitud de la batalla de la fe es muy distinta.
En esta batalla, tu luchas por los sueños y deseos que Dios ha puesto en el corazón (no los carnales), la pasión de tu corazón se revela, se manifiesta la voluntad de Dios para tu vida, y aunque vengan fuertes oposiciones, la persona no queda postrada porque la mano de Dios y el propósito que Él ha revelado a su corazón sostienen tu mano.
La persona busca ensanchar su pensamiento, para verse en victoria, para ver en su mente el sueño hecho realidad, y esto impacta cada día de batalla.
En la batalla de la fe, confías en que Dios va a guardar lo que es tuyo, y que nadie te lo puede robar.
En la batalla de la fe, la oración, y la fe, mueven a todo el cielo a luchar de tu lado y sabes que en cualquier momento la victoria llega a tu puerta, para la gloria de Dios.